Siete de octubre del año dos mil diez. Recién levantándome
para ir a estudiar. Veo el televisor prendido, como era la costumbre matutina,
sin que nadie le diera mayor atención. Cada miembro de la familia abocado en su
parte del ritual de preparación del día a día. Pero era un día especial. Muy
pocos sabían que ese día se anunciaría al nuevo ganador del Premio Nobel de
Literatura. Era así porque el paso de los años había debilitado la ilusión, ya
casi por completo, de ver a algún compatriota alzarse con este honorable
distintivo. Valgan las verdades, Mario Vargas Llosa fue siempre nuestra única
opción.
De repente ese aparato negro pequeño en la cocina recobró
esa importancia, casi vital, que obtiene en los partidos de la selección. Era
un sueco hablando en un español chancado
sobre cartografías de las estructuras del poder e imágenes mordaces de la
resistencia, la rebelión y la derrota del individuo. Todos nos quedamos
paralizados. Estaban hablando de ese escritor tan reclamado, pero ya casi
descartado, para la mayor condecoración que puede recibir un literato vivo.
Entonces empezó la alegría: sonrisas, elogios, etc.
Estoy seguro que varios hogares recibieron con el mismo
agrado la interrupción al monótono ritual mañanero. Comenzaron a llover en la tele entrevistas telefónicas, recuentos
de la vida del escritor y más elogios. Y es que el autor de La
casa verde, La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo y la
grandiosa Conversaciones en la catedral se merecía este galardón. Con su
poderosa e inconfundible narrativa, plagada de escenarios magníficamente
descritos y personajes entrañables, Vargas Llosa se hizo un nombre en el vasto
mundo de la literatura.
Vargas Llosa tal vez se había ganado la antipatía de una
gran parte de la población peruana. Esto debido a su pasado político. Perdedor
de la contienda electoral contra Alberto Fujimori, don Mario fue un acérrimo
opositor de la dictadura de la década de los noventas, a tal punto de pedir
drásticas sanciones contra el país. Hay quien diría que fue un regalo del cielo
que Vargas Llosa perdiera está contienda. Tal vez se hubiera privado al mundo
de grandiosas novelas como Lituma en los Andes (ganadora del
Premio Planeta en 1993) y La fiesta del chivo (una de mis
favoritas personales).
Diez de diciembre del año dos mil diez. Luego de esta
primera algarabía, no solo local, pues la noticia fue aclamada de igual o mayor
manera por los españoles, nos trasladamos hasta Estocolmo. Se espera ya desde hace dos meses la
premiación del Nobel de Literatura. Y no sólo por la ceremonia y el famoso
banquete, sino también por la expectativa que genera el discurso de don Mario. Y
no es por poco. El discurso de Gabo, el último sudamericano en ganar la
distinción, fue excepcional y entrañable.
Y vamos a la premiación. Es presentado por el profesor Pert
Wasberg. Lo describe como “ciudadano del
mundo”, “poeta épico”, “historiador”, entre otras cosas. Luego de eso, Wasberg
ensalzó la obra del escritor, como se acostumbra. Dijo que abarca la rebelión
contra el autoritarismo, la búsqueda de la justicia, de la que ha dicho que
abarca la rebelión contra el autoritarismo, la búsqueda de la justicia o los
fanatismos
y que supone una oda contra los nacionalismos y los intolerantes.
Después de estas ciertas palabras fue galardonado el rey Carlos Gustavo de
Suecia.
Su discurso Elogio de la lectura y la ficción ha
sido emocionante, interesante y muy bien desplegado. Ha hablado de su niñez, de
cómo nació su pasión por la escritura. Ha contado que sus primeros escritos han
sido “continuaciones de las historias que leía” pues le apenaba que se
terminaran o quería enmendarles el final. Ha hablado de los escritores que lo
ayudaron a llegar a donde está ahora. Ha hablado de Faulkner, Cervantes,
Dickens, Balzac, Tolstoi, Sartre, Camus y muchos más.
Ha hablado de su familia. Ha mencionado a su madre, primer
vínculo con la literatura a través de la poesía. Ha hablado de su abuelo y de
su tío que lo celebraron y apoyaron a que se dedique a su pasión, que es la
literatura. Ha hablado de Patricia, la prima de naricita respingada, en un
homenaje que nos ha emocionado a todos. “Mario, para lo único que tu sirves es
para escribir”. Este elogio de su esposa quedará grabado en la memoria
colectiva de por vida.
Ha hablado del Perú. De su cosmopolitismo, de cómo este le
ha ayudado a fortalecer los vínculos con su país, “añadiéndoles una perspectiva
más lúcida y la nostalgia que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y
mantiene reverberando los recuerdos”. Ha dicho que al Perú lo lleva en las
entrañas. Ha hablado de la dictadura y del nacionalismo. Dos cosas que él odia
pero que han estado estrechamente vinculadas a su país.
Finalmente, ha hablado de literatura. Dice que el mundo es
cruel gracias a las consciencias que forma, a los deseos y anhelos que inspira,
al desencanto de lo real con que
volvemos del viaje de una bella fantasía. Esto es porque leer es también protestar
contra las insuficiencias de la vida Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia
de la libertad, pues los fabuladores, al inventar historias, propagan la
insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la
fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana.
Les dejo a continuación el citado discurso completo, tanto si quieren verlo o como si quieren leerlo:
Les dejo a continuación el citado discurso completo, tanto si quieren verlo o como si quieren leerlo:
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